nene
Registrado: 22 May 2006 Mensajes: 1207
|
Publicado: Vie Ene 30, 2009 10:38 am Asunto: Acerca de los rentistas del sistema que impiden los cambios |
|
|
Acerca de los rentistas del sistema que impiden los cambios para salir de la crisis (I)
Thomas More —también conocido como Tomás Moro— supo identificar con claridad que la humanidad se encontraba al final de una era. Mejor quizás que cualquier otro pensador de su época, era muy consciente del freno que suponían los rentistas del sistema para la aplicación de aquellas medidas que les permitieran salir de la grave crisis en la que se encontraban. More también conoció el impás o inmovilismo político, social e ideológico en el que se encontraban todos los gobiernos de los diferentes reinos que conformaban la Europa cristiana de finales del siglo XV.
Por aquel tiempo, asistían al final de una época —la Edad Media— y se enfrentaban al comienzo de otra —la Edad Moderna— que se les presentaba como un libro cuyas páginas estuvieran en blanco. Para More resultaba apasionante —y comprometedor a la vez— participar en los debates que se celebraban entre los pensadores de su círculo de amigos íntimos, entre los que se encontraba también Erasmus de Rotterdam. Las discusiones a las que se veían sometidos intentaban escrudiñar, entre todos los escenarios futuros posibles, un futuro desde donde surgiera un nuevo mundo que pudiera hacer feliz a la humanidad entera. Ese mundo sería conocido como la isla ‘Utopía’. Un valor que tendremos que recuperar todos cuanto antes.
[img]http://juanjogabina.files.wordpress.com/2009/01/thomas-more.jpg?w=405&h=223[/img]
Desgraciadamente, en tiempos de Thomas More, pocos monarcas europeos se sentían comprometidos con la urgente necesidad de adaptar sus políticas a los nuevos tiempos que se avecinaban. En general, los monarcas eran cobardes y corruptos y además, en general, eran tibios y débiles pues no hacían nada para evitar que se agravara la crisis. Ello no tenía perdón pues estos monarcas eran muy conscientes de que para adaptar las políticas a los nuevos tiempos deberían enfrentarse a innumerables rentistas y vividores del sistema, cosa que no estaban dispuestos a realizar, aunque se rodearan de cancilleres y consejeros renovadores. En consecuencia, no existía ningún liderazgo que intentase siquiera marcar el nuevo rumbo a seguir a la población de entonces.
A veces, cuando todo parecía indicar que las cosas se desarrollaban por los caminos naturales de la adaptación, de pronto, surgían, desde el viejo mundo moribundo de la Edad Media, nuevas voces que intentaban con fuerza frenar los cambios. Eran los sectores más reaccionarios de la sociedad medieval que querían hacer prevalecer sus privilegios, gracias al empuje de los nobles, abogados, eclesiásticos, etc. Todos ellos eran una gran obstáculo que se oponía al progreso y More lo sabía perfectamente. Thomas More sabía que, para que la humanidad encontrase por sí sola el camino de la felicidad, debería combatir a los rentistas del sistema.
La cuestión era, como casi siempre, definir primero el “qué hacer” y el “adónde ir” para, más tarde, explicar a las gentes sobre la transcendencia de los cambios a introducir en el sistema y hacerles partícipes de la oportunidad histórica que estos cambios ofrecían para acabar con la miseria y la injusticia. El tiempo apremiaba y jugaba en contra de todos. Además, como consecuencia de las modificaciones en la economía, estaban apareciendo las fatídicas plagas de la humanidad como eran las guerras, el hambre, las epidemias…, que, al unirse a otros factores de declive, estaban creando una crisis sin precedentes en Europa. (continuará)
http://juanjogabina.com/2009/01/21/acerca-de-los-rentistas-del-sistema-que-impiden-los-cambios-para-salir-de-la-crisis-i/#more-2931
Acerca de los rentistas del sistema que impiden los cambios para salir de la crisis (II)
El surgimiento de una economía-mundo se produjo sobre todo a partir del descubrimiento de esa nueva frontera que representaba el continente americano para los europeos. En Europa, gracias al desarrollo del comercio, se había producido la aparición de una nueva y pujante clase social compuesta por ricos comerciantes. Sin embargo, con el desarrollo del comercio también se había desarrollado la corrupción. En todos los reinos de Europa, la corrupción se había convertido una lacra social que, de manera generalizada, se había extendido entre los nobles y demás mandatarios políticos y las autoridades eclesiásticas de finales de la Edad Media.
Por si fuera poco, la incompetencia y la mediocridad que caracterizaban a los monarcas y los príncipes producía unos efectos tan nefastos y desastrosos en el gobierno de sus reinos que hasta los más tranquilos y confiados vasallos comenzaban a mostrarse temerosos de su suerte. Los monarcas y príncipes, halagados por los grandes comerciantes, habían despilfarrado fortunas en guerras, en la construcción de palacios de capricho y en la celebración continua de grandes faustos y bacanales. Así pues, la mayoría de los monarcas europeos habían gastado todo lo que tenían y lo que no tenían también.
Muchos reyes y príncipes quebraron y para financiar sus enormes y crecientes deudas no se les ocurrió otra cosa que la de aumentar y aumentar los impuestos y vender parte de sus extensos dominios a burgueses enriquecidos y a nobles poderosos, sin importarles un comino las consecuencias que ello tendría para el empobrecimiento de sus siervos, muchos de ellos sometidos al desarraigo forzoso y al expolio fiscal. Todo ello tuvo unas consecuencias desastrosas que impulsaron la avaricia y la especulación entre nobles, clérigos y comerciantes.
De este modo, se crearon, de la noche a la mañana, grandes fortunas que fueron precisamente quienes manejaron los hilos, no sólo del comercio, sino también de la política. A los pequeños agricultores se les echaba de las tierras donde habían vivido y trabajado sus campos durante generaciones. Eran las tierras. propiedad del señor feudal, que, hasta entonces, habían sido la base de su sustento y el de sus familias. A su vez, en las ciudades se marginaba a estos campesinos humildes que habían sido echados a los caminos, expulsados de sus casas y tierras por sus, hasta hace poco, sus señores feudales, los nobles y abades. Para poder mantener a sus familias, se les obligaba a vivir de trabajos temporales malpagados o a refugiarse en la mendicidad, cuando no a tener que vivir del robo y de la violencia.
Thomas More escribía sobre lo que estaba sucediendo entonces lo siguiente:
“…la atmósfera se muestra taciturna, las gentes están inquietas y crispadas en razón del deseo de mantener sus derechos adquiridos. Los universitarios se empecinan, perdiendo el tiempo miserablemente, en discutir sobre detalles nimios y que no tienen ninguna utilidad. Algunos burgueses siguen reclamando con vehemencia que se ahorque a los holgazanes, vagos y maleantes. Otros predican la vuelta a las tradiciones e incluso, algunos que se creen los más sabios, optan por ocultar su desesperación en el cinismo.
No quieren saber nada acerca del “qué hacer” y el “adónde ir” y prefieren mantenerse eternamente en la duda: o bien transigir ante el monarca o el príncipe, cortejándoles lo suficiente como para que ello les permita llegar a ser su consejero, o bien rechazar cualquier compromiso con la defensa del sistema y preguntarse si, finalmente, no será lo económico la causa de los males que padecemos y si, al final, no sería menos cierto que es el hombre, suficientemente animado por el deseo y la razón, quien podría emprender, por sí solo, la reconstrucción del mundo…”.
Poco más o menos, éste era el mundo y el dilema que se encontraban viviendo tanto More y Erasmus como Machiavelli. Así lo sentía profundamente Thomas More cuando, en 1516, terminó de escribir su obra literaria que lleva por título “Utopía”. Lo que para el que fuera canciller de Enrique VIII de Inglaterra resultaba una crisis sin precedentes, sería algo que, sin embargo, a pesar de los siglos transcurridos, se convertiría en un episodio que se repetiría a lo largo de la historia y que ahora nos resulta tan familiar y conocido, cuando también nos encontramos al final de una era. La crisis que padecieron los coetáneos de Thomas More fue también una situación muy parecida a la grave crisis económico-financiera que nos encontramos sufriendo, hoy en día, a comienzos del año 2009. (continuará)
http://juanjogabina.com/2009/01/25/acerca-de-los-rentistas-del-sistema-que-impiden-los-cambios-para-salir-de-la-crisis-ii/#more-2933
Acerca de los rentistas del sistema que impiden los cambios para salir de la crisis (y III)
La coyuntura actual tiene numerosos parecidos con la que conoció Thomas More, a finales del siglo XV. El letrado inglés también conoció un mundo en crisis, sujeto a profundas transformaciones y sin embargo, fue un modelo de cómo huir del fatalismo y del determinismo histórico, poniendo toda su esperanza en la urgente necesidad de alcanzar un nuevo humanismo en base a la voluntad y a la razón. La Universidad, la de hoy como la de ayer, vivía anclada en sus compartimentos estanco llenos de retórica. Vivía inmersa en sus clásicos, en sus asignaturas y en sus disciplinas. Sin embargo, para More, en la vida apenas existían las asignaturas. Lo que había eran problemas y muy grandes y complejos, por cierto.
Por ello, no es de extrañar el que la Universidad no supo, no ha sabido —y esperemos que sepa algún día— qué hacer con la “Utopía”. ¿Se trata de un libro de filosofía?, ¿Por el contrario, no será más que un libro de sociología o de política?. ¿O quizás se trate de un clásico pre-marxista?. Sean cuales sean las opiniones que se tengan sobre el libro, sea cual sea el estereotipo que se le haya asignado, el hecho cierto es que para algunos académicos, devoradores de hemerotecas y de sus polvos, la obra no consiste más que en una simple sátira de los finales del siglo XV o principios del XVI, una obra audaz, simpática pero, en cierto modo, también molesta pues cuestionaba el orden imperante como injusto y carente de sentido.
[img]http://www.bloomberg.com/apps/data?pid=avimage&iid=iGJ72ktTXHDM[/img]
Thomas More en la “Utopía” crea un escenario fundamentalmente riguroso, un escenario en el que More llega a formular un postulado plausible y digno de alabanza dentro del cual se desarrollan y discuten, por contraste, todas las demás implicaciones. Para él, el aumento de los crímenes y de la violencia sólo podía explicarse por el aumento de la pobreza y las desigualdades sociales: “¿Y si la causa o razón fundamental de los males que nos aquejan residiera en la forma como manejamos la economía?” —se preguntaba. Es obvio y, en consecuencia, lógico y razonable pensar que este postulado podría parecernos, hoy en día, como bastante cierto y banal; pero, sin embargo, en aquellos tiempos supuso una idea-fuerza revolucionaria.
No deberíamos olvidar que cuestionaba la creencia de que el mal y su existencia era algo intrínseco al hombre. Con la “Utopía” ponía punto final a los diez siglos de Edad Media. Cuestionaba a la monarquía y a la propia nobleza. Cuestionaba a los banqueros, a los abogados, a los frailes e, incluso, a los intelectuales que, hoy como ayer, mayoritariamente se distinguían por defender al poder, para mantener vigente el ’status’ del momento. De esta manera, frente a la mediocridad de sus pensamientos y la escasez de aportaciones intelectuales, gracias al arte de la adulación que tan bien practicaban, es como se ganaban la notoriedad y los privilegios que detentaban, en su sentido más literal.
En nuestra caso, mientras no nos cuestionemos, de manera parecida, que sólo a partir de una fuerte apuesta por la transición hacia una economía sostenible, donde no haya lugar para la especulación y el apalancamiento financiero, donde la generación eléctrica en base a las energías renovables sea mayoritaria dentro del ‘mix’ de energía, donde la productividad de los recursos y el ahorro y la eficiencia contribuyan a incrementar sustancialmente los niveles de uso de la economía circular, etc., es como podremos salir de la grave crisis en la que estamos inmersos.
A pesar de las mentiras que diariamente nos cuentan nuestros dirigentes políticos, nuestro gran reto actual consiste en evitar que las soluciones que existen se nos vuelvan imposibles. Tampoco debemos permitir que nos ganen la partida los rentistas del sistema a costa de nuestra propia supervivencia. Pero no olvidemos que el camino hacia el futuro está lleno de emboscadas y que, hasta el día de hoy, ningún rentista del sistema ha renunciado voluntariamente a sus prebendas. Sin lucha nunca habrá recompensa. Si los bancos no cumplen su función de prestamistas, entonces se les corta las ayudas, se deja que quiebren y luego se nacionalizan, exigiendo responsabilidades penales a los causantes de tanto disparate. Lo mismo deberíamos aplicar a los diferentes oligopolios que amordazan nuestra débil y dañada economía.
Hemos de ser conscientes de que los rentistas del sistema permanecerán defendiendo sus privilegios aunque con ello crezca también la injusticia, la miseria, el llanto, el dolor, la angustia y la incertidumbre entre sus propios conciudadanos. Son como psicópatas, incapaces de sentir algo por los demás. En consecuencia, no queda otro remedio que arrebatarles esos privilegios que impiden que caminemos hacia un futuro donde la justicia y la equidad social y los principios y valores humanos prevalezcan sobre la corrupción y la avaricia. Al menos, que nuestro declive no se deteriore aún más y que nadie abuse de nosotros sin nuestro consentimiento.
Los seres humanos siempre tropezamos con la misma piedra. Cuando hasta hace poco meses todavía acariciábamos el poder y la riqueza sin límites o, al menos, en dicha ilusión de falsa y artificial prosperidad vivíamos, muchos humanos, embriagados por el éxito se creyeron que D-s no era necesario, ignoraron su Providencia y decidieron construir su propia torre de Babel. Esta vez, la construyeron en forma de ‘gran pirámide financiera’, que es en lo que se ha convertido finalmente la economía mundial. Es el nuevo ídolo de oro con los pies de barro que le diera tantas pesadillas a Nabucodonosor.
Sin embargo, a las puertas de otro estrepitoso fracaso, convertido en otra ‘Gran Depresión económica’ y, sin la reconfortante cura de humildad que tanto echamos en falta, tampoco renacen las ideas-fuerza que habrían de enmarcar el revitalizante ‘Proyecto de futuro’ que necesitamos. Sin un proyecto de futuro que nos permita realizar la transición hacia una economía sostenible, nos resultará mucho más difícil encarar con fuerza la debacle que, a nivel de toda la humanidad, se nos viene encima.
Tampoco contamos con líderes que sea capaces de movilizar a los ciudadanos, ni que creen la suficiente ilusión como para que intentemos hacer frente a la fatalidad y al determinismo. Apostar por el gobierno es como apostar por morir ahogado. Apostar por la oposición es hacerlo por morir quemado. Ambos partidos políticos sólo dan prioridad a los intereses creados de los rentistas del sistema, bien sea el sector financiero, bancos y cajas de ahorro, el energético —petroleras y eléctricas— como el resto de los sectores oligopólicos. Con todo ello, una fatal atmósfera de mediocridad ha invadido nuestro ambiente y nos ha dejado entregados al mayor de los desastres, turbados y sin que guardemos calor siquiera en el corazón.
Mientras tanto, los dirigentes de los ‘negocios de la fe’ —religiones y organizaciones similares— y los ‘nihilistas’ surgidos de la estupidez humana se pelean por el hecho de la existencia de D-s. Nos ocurre como a los sabios bizantinos que discutían sobre el sexo de los ángeles mientras los turcos escalaban las murallas de Constantinopla. En base a los orígenes de este paradisiaco planeta Tierra en el que habitamos, la discusión siempre se ha centrado entre si su existencia es fruto del azar o de la creación de D-s. Pues bien, la probabilidad de que D-s no exista es la misma que la de lanzar los naipes al aire y que, al caer después al suelo, se forme un castillo con dichos naipes. Cada uno que se quede con lo que quiera creer. La inteligencia no es patrimonio de todos los seres humanos; como tampoco lo es la honradez intelectual. Otras cosa es que D-s y los ‘negocios de la fe‘ sigan teniendo muy poco —en algunos casos, nada— que ver.
Esta entrada fue publicada el 28 Enero, 2009 a 12:00 pm y está archivado en Economía, Estrategia, Gestión de Recursos, Innovación, Sociedad. Etiquetado: Corrupción política, Crisis económica, Desarrollo Sostenible, Fin de la era del petróleo, Fin del neoliberalismo, Inmovilismo político, Prospectiva estratégica, Rentistas del sistema, Thomas More, Tomás Moro. Puedes seguir los comentarios a esta entrada a través de RSS 2.0 feed. Puedes deja un comentario, o trackback desde tu propio sitio.
[img]http://juanjogabina.files.wordpress.com/2009/01/naufragio-shipwrec-vernet.jpg?w=300&h=222[/img]
Sin embargo, a las puertas de otro estrepitoso fracaso, convertido en otra ‘Gran Depresión económica’ y, sin la reconfortante cura de humildad que tanto echamos en falta, tampoco renacen las ideas-fuerza que habrían de enmarcar el revitalizante ‘Proyecto de futuro’ que necesitamos. Sin un proyecto de futuro que nos permita realizar la transición hacia una economía sostenible, nos resultará mucho más difícil encarar con fuerza la debacle que, a nivel de toda la humanidad, se nos viene encima.
Tampoco contamos con líderes que sea capaces de movilizar a los ciudadanos, ni que creen la suficiente ilusión como para que intentemos hacer frente a la fatalidad y al determinismo. Apostar por el gobierno es como apostar por morir ahogado. Apostar por la oposición es hacerlo por morir quemado. Ambos partidos políticos sólo dan prioridad a los intereses creados de los rentistas del sistema, bien sea el sector financiero, bancos y cajas de ahorro, el energético —petroleras y eléctricas— como el resto de los sectores oligopólicos. Con todo ello, una fatal atmósfera de mediocridad ha invadido nuestro ambiente y nos ha dejado entregados al mayor de los desastres, turbados y sin que guardemos calor siquiera en el corazón.
Mientras tanto, los dirigentes de los ‘negocios de la fe’ —religiones y organizaciones similares— y los ‘nihilistas’ surgidos de la estupidez humana se pelean por el hecho de la existencia de D-s. Nos ocurre como a los sabios bizantinos que discutían sobre el sexo de los ángeles mientras los turcos escalaban las murallas de Constantinopla. En base a los orígenes de este paradisiaco planeta Tierra en el que habitamos, la discusión siempre se ha centrado entre si su existencia es fruto del azar o de la creación de D-s. Pues bien, la probabilidad de que D-s no exista es la misma que la de lanzar los naipes al aire y que, al caer después al suelo, se forme un castillo con dichos naipes. Cada uno que se quede con lo que quiera creer. La inteligencia no es patrimonio de todos los seres humanos; como tampoco lo es la honradez intelectual. Otras cosa es que D-s y los ‘negocios de la fe‘ sigan teniendo muy poco —en algunos casos, nada— que ver.
http://juanjogabina.com/2009/01/28/acerca-de-los-rentistas-del-sistema-que-impiden-los-cambios-para-salir-de-la-crisis-y-iii/#more-2935 |
|